lunes, 12 de noviembre de 2007

Una miradita o amores de estación


Esta es una de esas historias que me encantan, que me dan la razón, que todavía pasan. Es una historia verídica, cierta, real y de las hacen que la realidad supere la ficción. Cuántas veces habéis viajado en el metro o en un autobús o habéis hecho cola en una tienda o en un supermercado y se os cruzado una mirada que ha hecho saltar chispas, ha detenido el tiempo, ha borrado el espacio y os ha colocado de golpe frente a un persona de la que os habéis enamorado de repente. Cuántas veces se os ha movido el organismo por dentro con una sola pasada de esa imagen, de esa persona de lo que no sabéis nada, pero que os ha enamorado a primer golpe de vista. A esa persona que le habéis puesto nombre, edad, trabajo, vuestras ilusiones, besos y esperanzas de amor. Hoy esa historia tiene nombre y ciudad. La segunda es Nueva York y el nombre es el de Patrick. Este chico viajaba en la L5 del suburbano neoyorquino cuando sonó música de violines. Frente a él acababa de aparecer la chica de sus sueños. Ésa que aparece mientras duermes, la que creas con retazos de ilusiones. Pues a él le pasó. Pero ese amor de estación, fugaz, se terminó cuando este chico, que trabaja en un estudio d diseño, abandonó el vagón. Se enamoró y decidió hacer un retrato robot de la chica de sus sueños, del amor de estación. Y lo colgó por los andenes del metro. La dibujó tal cual era. Dejó su contacto y esperó. Y la espera dio sus frutos. Ella respondió a Patrick Moberg. Era una confesión de amor en toda regla. Es más fácil hacer esto que marcharse a casa frustrado con el mal sabor de dejar escapar una ilusión. Nunca se sabe dónde puede terminar esa miradita, ese amor de estación. Estas cosas, por suerte, aún pasan.

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