lunes, 5 de noviembre de 2007

Trece rosas y... un sombrero de cowboy


Creo que estos días pasarán a los del saco de los buenos recuerdos, a los de la vuelta de tuerca y de puntos de inflexión. A los de las sonrisas, la mente y los sentimientos en blanco. Y si le ponemos un poco de música le colamos el tema de "Irreplaceable". Todo arranca a medianoche de viernes con unas risas en el mismo sitio de siempre, en la mesa de "los encuentros", una buena compañía en plural y dos desconocidos. Con Pamela y Conzi: Con Roza. Y unos minis de vodka con red bull, que nos convirtieron en unos cowboys a lo Toy Story por el centro de Madrid... pero después de idas y venidas, de que el día te planeara a ti y no tú o yo al día, llegó el domingo. Y ayer también descubrí. Me gusta descubrir. Fuimos al cine a ver no sabíamos qué. Y nos metimos en Trece Rosas. Yo no sabía nada de la historia. Solamente que eran, obviamente, trece mujeres, trece niñas. Habrá quien no esté de acuerdo, pero para mí fueron trece inocentes. Tampoco voy a contar la historia, porque os la he recomendado y no quiero contar demasiados detalles, aunque ya sabéis todos cómo termina. Pero soy de los que cree que lo importante no es qué algo termine sino cómo termine. No importan tampoco los comienzos ni los pasos intermedios. Lo que importan es cómo sea el final. Y este fue el fin de semana de principios y finales. El final de trece rosas me dejó clavado con los ojos acuosos. Si me tuviera que quedar con una frase que resumiera lo que saqué de conclusión sería la carta verídica y real que al final lee Pilar López de Ayala, en el papel de una Blanca emocionada, rota de dolor, con los sentimientos a flor de piel. Esa lectura que es la misma que fue en su día y que llegó al mismo destinatario, un niño. Quien mejor para entenderlo con todas sus letras y con todo su sentido. "Nunca tengas rencor a quienes mataron a tu madre".... "porque una buena persona nunca tiene rencor".
Una buena persona no es buena porque sí ni tampoco una es mala por la misma razón. Hay muchas cosas que hacen de uno bueno o malo. La bondad no es que sea inherente sino que está llena de simplezas, de pequeñeces, de detalles, de gestos, de guiños, de factores que conforman eso con lo que a mucho se les llena la boca: una buena persona. Y el rencor no entra en una buena persona. Ni actuar llevado por el rencor ni sentirlo por un desconocido y menos por un amigo o una pareja. La humildad, la sencillez, la condescendencia, la ecuanimidad... no sé cuántos atributos visten la bondad ni sé si seré el más adecuado, pero una es ésa. Y cuando aquel 5 de agosto de 1939 Rosa escribió estas palabrasy lo hacía con todo su peso, con el de la historia, el de su inocencia y el de su perdón. El de una buena persona.
Por la noche, llamado por el destino de mi ombligo y con la carta aún en mi cabeza. Apareció otra frase gloriosa para el saco de los buenos momentos. Entre dos amigos lo que importa no es lo que hizo sino lo que hace hoy y ahora por ti. Lo que hizo tendrá o no justificación, pero lo que hace hoy es lo que importa. Y ahí también se demuestra si hay o no rencor.